miércoles, 25 de enero de 2012

Si vino no hay, ¿qué queda aquí?



Así comienza un zéjel de Ben Quzman de Córdoba, poeta hispano-árabe del siglo XII que, frente a lo prescrito por la ley musulmana, amaba el vino como cualquier español. Por esa misma época, los estudiantes de toda Europa, en buen latín, escribían poemas báquicos (esto es, elogios al vino, pues báquico viene de Baco, dios del vino) y disputas entre el vino y el agua, en las que el vino salía siempre victorioso. El más famoso de todos ellos, el llamado Archipoeta de Colonia, reconoce en su Confesión lo mucho que le gustan las mujeres, el juego y el vino:

          Meum propositum in taberna mori,
          ut sint vina proxima morientis ori.
          Tunc cantabunt letius angelorum chori:
          "Sit Desus propitius huic potatori".

que viene a decir ...

          Es mi propósito en la taberna morir,
          para, mientras muero, tener el vino junto a mí.
         Entonces los coros angélicos cantarán así:
          "¡Sea Dios propicio a este borrachín!"

El problema de estos poetas, que se llamaban a sí mismos goliardos, es que bebían sin límite, algo reprochable desde una doble óptica. médica y moral, ya que el vino, cuando se bebe  sin tasa, arruina los cuerpos y pierde las almas. así, no es de extrañar que los moralistas avisen sobre los peligros del vino y que Gonzalo de Berceo escriba "El monje embriagado", uno de los Milagros de Nuestra Señora (primera mitad del siglo XIII); de ese pobre clérigo nos cuenta: "Entró en la bodega un día de ventura; // bebió mucho del vino: esto fue sin mesura".
Afortunadamente, este pecador superó el acoso del diablo y las espantosas visiones del delirium tremes gracias a la intercesión de la Virgen.

De no mediar la ayuda divina, el borracho podía dar en los más crímenes más horrendos, como aquel ermitaño del que nos habla el Arcipreste de Hita en su libro del Buen Amor (primera mitad del siglo XIV), que, enajenado por el vino, forzó y mató a una joven. La culpa, como siempre, la tuvo el diablo, que lo encaminó hacia una taberna: "Bebió allí el ermitaño mucho vino sin tiento; // como era fuerte y puro, nubló su entendimiento". Sobre todo preocupaban las mujeres, pues las grandes pecadoras, como Celestina, ponían el vino por delante de todas las cosas. No en balde, el refranero advierte: " Casa con mujer borracha y la tendrás puta y ladrona".

Ahora bien, el vino, en su justa medida, era alimento básico y placer lícito, lo que explica los piropos que le dedican escritores de toda condición. En verso y prosa, entre burlas y veras, hay un sinfín de textos que nos hablan del vino y sus virtudes, como el anónimo Lazarillo de Tormes, como el Quijote o como el Entremés de la elección de los alcaldes de Daganzo, que debemos también al ingenio de Cervantes. En esta pieza cómica, uno de los pretendientes a la alcaldía de ese pueblo madrileño aduce por todo mérito el siguiente: "sesenta y seis sabores estampados tengo en el paladar, todos ellos vináticos". De vivir en el presente, es probable que Berrocal, pues ese es su nombre, no hubiese llegado a alcalde, pero habría sido un sumiller apreciadísimo en los mejores restaurantes.

Para concluir este breve repaso, leamos unos cuantos versos de Alonso de Toro el Cojo, poeta segundón que da gracias a Dios por la abundancia de vino en los años 1531 y 1532.
En su composición, recorre las localidades vitivinícolas más famosas, que, curiosamente, corresponden a las denominaciones de origen actuales. De la Ribera de Duero dice lo siguiente (los dos Gumieles aludidos con Gumiel de Izán y Gumiel de Mercado):

          Pues en Aranda de Duero
          y en los Gumieles dos
          tanto vino dan, por Dios,
          que podéis henchir un cuero.

          En Roa y en tierra de Hasa
          y en tierra de Fuentidueña,
          en la aldea más pequeña
         henchiréis la calabaza.

          En Cerrato y Val de Esgueva
          y en toda tierra del Curiel
          y en tierra de Peñafiel
          ya no hay pobre que agua beba.

          Quiero hacer una prosa en román paladino
          en cual suele el pueblo hablar a su vecino,
          pues o soy tan letrado por fer otro latino.
          Bien valdrá, como creo, un vaso de buen vino.



              Escrito por Ángel Gómez Moreno

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